Dedicado a Corto Maltés
Seguir la sombra del marino de La Valetta no es fácil. Imposible en el tiempo, quizás plausible en el espacio. Unas veces me he aproximado a ella, algunas la he cruzado, otras creo que he sido más preciso y he conseguido tropezar con alguno de los hitos de la ruta que surcó el personaje nacido de la pluma de Pratt. Tampoco han sido búsquedas intencionadas en la mayoría de los casos, sino encuentros casuales de los que me he acabado dando cuenta al cabo de los años. Imágenes prácticamente coincidentes que han acabado cruzando de un archivo a una viñeta. En alguna ocasión debo reconocer que he recorrido a propósito las mismas ciudades en busca de los mismos escenarios, he paseado por las mismas calles a la caza de encuadres similares sino idénticos a los reproducidos por el dibujante en sus historias del Maltés.
No casualmente ha sido Venecia el lugar donde en más ocasiones casi he pisado su sombra evanescente. Pratt recreó la visita de Corto Maltés en tres de sus historias. La primera, El Ángel de la Ventana de Oriente, perteneciente al volumen Las Célticas, la ubica en 1917, con el trasfondo de la Primera Guerra Mundial, donde el marino y otros aventureros buscan información sobre el paradero de la séptima de las ciudades de oro del Alto Marañón: la mítica Eldorado. Pratt utiliza los paisajes de la Laguna a su modo, precisos en el trazo de los detalles, imprecisos en cuanto a su localización. Son simplemente el escenario de sus narraciones. Hoy en día ningún gondolero aceptaría bogar para ningún turista ni para nadie desde San Francesco dil Deserto hasta Malamocco, donde por otra parte está perfectamente retratado el restaurante donde Corto va a degustar una dorada pescada en las aguas de la laguna. También son calcas, perfectamente trazadas, las viñetas en las que aparece la punta de la Dogana, la basílica de San Marcos o el Palacio Ducal.
En la segunda aventura, Corto Maltés en Siberia, la primera plancha arranca en el Ghetto de Venecia, concretamente en la puerta de una corte que existe en realidad y aún hoy en día puede localizarse, aunque, imagino que prudentemente Pratt cambia el número del portal, por el del año en que sucede la acción: 1918. Una vez el marino se ha dormido con la lectura de la Utopía de Tomás Moro un 34 de diciembre no volverá a visitar la ciudad hasta el cabo de dos años, en 1920, cuando aterrice en la sede de una logia masónica.
En la tercera visita Pratt se explaya empezando por el título de la narración: Fábula de Venecia o Sirat al Bunduqyyiah o A :. L :. G :. D :. G :. A :. D :. L :. U :. donde las siglas corresponden a la abreviación masónica À La Gloire Du Grand Architecte De L’Univers (A La Gloria Del Gran Arquitecto Del Universo); Sirat al Bunduqyyiah es la trascripción fonética del árabe.
En este último, y más completo, periplo veneciano, Pratt, lógicamente, se recrea en los paisajes urbanos, aún a pesar de resolver paseos imposibles: tres viñetas separan el puente de la fondamenta de San Felice, el ponte Chiodo, único sin barandillas que queda en la ciudad, de campo Santa Agnese, para continuar un par de páginas más allá en el puente de Tre Archi y de allí al Hotel Cavalletto. Un buen paseo.
Corto confiesa el objetivo de su viaje: la búsqueda de una esmeralda mágica: un bareket, la clavícula de Salomón. Una esmeralda que perteneció a Lilith, la primera mujer de Adán, que formó parte del pectoral del rey Salomón, que viajó de Antioquía a Alejandría y que llegó a Venecia, traída por Buono de Malamocco y Rustico de Torcello, oculta junto a las reliquias del apóstol Marcos en 828. También se dice que tiene grabados unos caracteres ocultos, quizás los mismos que fueron impresos en el volumen de 1641 que no hacía otra cosa que reproducir manuscritos anteriores. En 1350, el Papa Inocencio VI mandó quemar un manuscrito intitulado Libro de Salomón.
En la Fábula de Venecia el sabio hebreo Melquisedech sugiere que las fórmulas mágicas dan las indicaciones necesarias para encontrar uno de los tesoros de Salomón y de la reina de Saba, objeto de las pesquisas de Corto en su juventud cuando lo hallamos en Gizeh, en Egipto. Las pistas que va siguiendo el marino en su búsqueda de la clavícula no dejan de remitirnos a paisajes y escenas de la ciudad de la laguna. La Cátedra de Pedro de Antioquía en San Pietro di Castello, el león griego saqueado del puerto de El Pireo, en Grecia, que guarda las puertas del Arsenal, el campo de Santa María Formosa, y, cómo no, la Basílica de San Marcos.
© J.L.Nicolas